Algunos criterios para la integración escolar
en los colegios de la ciudad

En un número anterior publicamos una entrevista que se llevó a cabo en FM Urquiza. En esa ocasión, Marcelo Montenegro, conductor del espacio de orientación solidaria “Gente que construye” —que sale al aire por la 91.7 todos los lunes y jueves a las once de la mañana— dialogó con María Rosa Córdoba, psicóloga, ex docente y coordinadora de “Los chicos del rincón”, una asociación sin fines de lucro fundada con el propósito de bregar por la plena inclusión escolar, en igualdad de condiciones y sin discriminación, de niños y jóvenes que no “encajan” en el sistema pedagógico tradicional.
Aceptación de las diferencias, articulación entre la educación
común y la especial, y equipos de integración
son algunas de las ideas que fundamentan la educación desde la diversidad
En esta oportunidad e invitados por la licenciada Córdoba, Montenegro recibió a cuatro integrantes del ámbito docente: una maestra y una psicopedagoga del Instituto Saint Jean —Monroe 5352— y una docente y un profesor integrador del Centro de Integración Escolar, que iremos presentando en el transcurso de la nota.

Aceptar al otro tal como es

En el jardín de infantes del colegio de Villa Urquiza la integración se pone en práctica “cada quince días, cuando un grupo de educación especial se reúne con mis alumnos de la sala de 5. Entre la maestra de ese grupo y yo coordinamos ciertas actividades con el fin de trabajar la socialización de los chicos y la aceptación del otro tal como es”, señaló Victoria Vardé, profesora del nivel inicial del Instituto Saint Jean, enumerando dichas actividades conjuntas: educación física, música, trabajo con masa, dibujo y pintura, entre otras, que “al tiempo que afianzan el vínculo los compromete a una tarea común, ayudándose entre si de acuerdo a las capacidades que tiene cada uno”.

Integración parcial e inclusión

Al margen de la necesaria distribución en diferentes niveles —preescolar, primario, nivel medio y educación especial—, “el Saint Jean es todo uno”, destacó la psicopedagoga María Costanza Beneti Díaz, coordinadora del Nivel Inicial y Primaria, en alusión a la articulación que se viene forjando entre todos los niveles, y sumó a la integración señalada por su compañera la de una nena con integración parcial en salita de 4 y la inclusión de un chico en el nivel medio.

A ese respecto, la psicopedagoga delimitó las diferencias entre integración e inclusión educativa. “En una instancia se trabaja puramente lo social, por eso hablamos de una integración parcial, como es el caso de esa nena integrada dos días de la semana en la escuela de educación especial y los tres restantes en el nivel inicial, acompañada por un técnico, ya sea la psicóloga, la psicopedagoga o la fonoaudióloga.

En cambio la inclusión —precisó— hace referencia al tema de los chicos con necesidades educativas propias, aquellos que no portan caras pero que tienen dificultades en el aprendizaje. Estamos apuntando a que el docente pueda detectar estas conductas y, a partir de ahí, empezar a trabajar con el equipo, con los papás, con los docentes, suministrándoles todas las herramientas psicopedagógicas para atender la problemática de ese alumno”.

El rol del integrador

En el caso de Pablo, un chico que sufre un tipo particular de epilepsia, con manifestaciones convulsivas breves y pérdida momentánea de la conciencia, “la inclusión tiene que ver con una adaptación mínima en los contenidos y mucha comunicación con los profesores para que ellos comprendan el criterio de evaluación a adoptarse y no se sientan shockeados frente a las crisis epilépticas que pueda tener en clase”, sostuvo Javier Steinke, profesor integrador y acompañante terapéutico, próximo a recibirse de psicólogo.

“Frente a sus crisis yo me mostré seguro y operativo, oficiando de modelo para sus compañeros y profesores de cómo manejarse ante esas situaciones, ya que mi intención no era estar siempre en la clase, sino que Pablo pudiera relacionarse con los compañeros normalmente y que no sienta esta mirada mía ahí dentro de la clase”.

La fórmula dio resultado casi de inmediato. Sus compañeros del 3° año del nivel medio del turno mañana ya sabían qué hacer en ocasión de presentarse las crisis: le sacaban la lapicera de la mano, le corrían los bancos, les explicaban a los profesores cómo tenían que comportarse.

“Cuando yo vi eso —señaló Steinke—, me dije listo, ahora Pablo tiene que estar solo y yo desde afuera ajustando algunas cosas como buscar los programas de las materias y hablar con los profesores en caso de que necesitaran contención o esclarecimiento en relación a algunas conductas que pudieran malinterpretarse, como por ejemplo dormirse tras las convulsiones, que no tiene que ver con que salió anoche y durmió poco sino que es una consecuencia propia del episodio y de la medicación antiepiléptica. Que no se la interprete como una conducta transgresora sino como una manifestación de la enfermedad”.

El certificado de discapacidad

Gisela Kalsinsky, otra de las invitadas, es directora, desde hace siete años, del nivel primario de la escuela porteña Federico Froebel. “Cuando ingresé le dimos forma al proyecto de integración. Tenía 26 años y fue todo un desafío. Trabajé en el Ministerio de Educación y aprendí un montón.

Siendo docente, más que enseñar, aprendí”, indicó. En su caracter de coordinadora del Centro de Integración Escolar, una entidad que trabaja mediante las obras sociales con familias que tienen chicos con alguna discapacidad o una necesidad educativa especial, destacó la importancia de discriminar, en un sentido positivo, las posibilidades propias de cada alumno con el fin de determinar sus necesidades y, en los casos que lo ameriten, los padres, superando resistencias, angustias y prejuicios, soliciten cuanto antes el certificado de discapacidad, condi- ción excluyente para que las obras sociales se hagan cargo de los costosos gastos que demandan los tratamientos y la medicación, entre otras erogaciones.

Leyes y resoluciones para la integración educativa

Quince años atrás se promulgaba la Ley Federal de Educación, en la que se mencionan algunos criterios para la integración escolar en colegios públicos y privados de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires. “En relación a esa ley, la Secretaría de Educación porteña cuenta con la Resolución 1274 acerca de los Principios Básicos de Integración Educativa, del año 2000, y en línea con ésta las disposiciones 649 y 900/2007 de la Dirección General de Educación Privada, que fijan a grandes rasgos los criterios de modalidad de integración de alumnos con necesidades educativas especiales”, documentó Kalsinsky, añadiendo que “en provincia está vigente la Resolución 2543, del año 2003, y la Disposición N° 53, del año 2006, que establece que equipos particulares de los chicos, como es nuestro centro de integración, pueden incluirse en una institución privada, porque en la provincia de Buenos Aires, las integraciones están bajo la dependencia de las escuelas de educación especial. El centro de integración va en caracter de acompañante terapéutico del niño o de asistente físico en el caso de una discapacidad motora”.

Pulseada entre la vocación y el narcisismo del docente

Tales equipos integradores, sin embargo, no son admitidos en las escuelas públicas porteñas. “En ese ámbito no podemos trabajar, por eso los papás tienen que cambiar a los chicos a escuelas privadas, porque la docente que envía el Gobierno de la Ciudad va una vez por semana y no llega a cubrir las necesidades del chico”, concluyó la educadora, no sin antes mencionar que en las privadas no siempre está asegurada la predisposición óptima, que depende de la relación entre la vocación y el narcisismo de los docentes, que pueden sentirse cuestionados por la naturaleza interdisciplinaria del trabajo y la “irrupción” del equipo externo en el aula. “Además —agregó—, si el director de la institución no tiene la total convicción de un proyecto de integración, no se puede pretender que los docentes a su cargo lo lleven adelante con éxito”.

Eduardo Bergonzi

Publicado en el mes de diciembre de 2008 en el periódico zonal la gran aldea, de Villa Urquiza.
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